Premio a la vida y obra
de un periodista


Alberto Donadio Copello

Si ponemos en términos del mercado bursátil el valor del personaje que esta noche premiamos, diremos que sus acciones han sido de las más fuertes en el mercado periodístico desde que comenzó su carrera, a comienzos de los setenta, porque están respaldadas por el activo de la independencia, tan escaso hoy, que renta credibilidad con creces.

Como periodista investigativo, experto en los tejemanejes de la corrupción financiera, ha denunciado a los banqueros corruptos, pero también ha defendido a los honrados. Y desde 2012 ha ejercido un curioso apostolado desde el blog que abrió tras el escándalo de Interbolsa para asesorar a los timados, el cual sostiene en su casa editorial de El Espectador, donde desde 2010 publica su columna y colaboraciones habituales, siempre explosivas por la carga de denuncia que contienen.

Al comienzo fue defensor de la fauna silvestre desde el periódico El Tiempo, donde firmó su primer trabajo con Daniel Samper Pizano sobre el tráfico de especies en el Amazonas, en 1973. Juntos cultivaron su pasión por la ecología, que convirtió a Donadío en el primer abogado ambientalista del país. Gradualmente sentaron las bases de la primera Unidad Investigativa (UI) en Colombia contagiados por el periodismo fiscalizador que simbolizó Watergate, y demostraron la fuerza de este contrapoder desde el diario más poderoso del país. Como “brazo jurídico” de la Unidad Investigativa, Donadío destrabó el proceso legal para el acceso a la información pública al desenterrar una antigua norma jurídica por la cual se terminó reconociendo este derecho ciudadano. Deuda de gratitud que tiene el periodismo colombiano con él y que esta noche se paga en parte.

La otra parte la han pagado los lectores de la veintena de libros que ha publicado desde que comenzó a ejercer el periodismo independiente, tanto en coautoría con su esposa Silvia Galvis —la genial periodista y novelista ya fallecida—, como en solitario, intercalando los libros de denuncia con los de historia de Colombia. Obsesionado con los datos mucho antes de que se pusiera de moda esta corriente del periodismo, después de escudriñar en todo tipo de archivos con la agudeza de un detective inglés nacido en el trópico, es capaz de sacarle confesiones a un documento para dar con la verdad de los hechos. Así lo hizo en 2016 cuando reveló que también hubo agentes oficiales detrás del asesinato del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, ocurrido en 1984; o cuando en un momento de ocio descubrió la historia de un espía ruso que vivió en Bogotá en plena Guerra Fría.

Y es que ese estilo quijotesco de ejercer el periodismo investigativo lo lleva hasta en su apellido, como reveló Juan Gossaín en la presentación del libro El Cartel de Interbolsa, en Cartagena, en 2013: “Al buscar de dónde venía este apellido, encontré que donadío eran las donaciones que el rey de España hacía en América o en la propia España a sus amigos o a quién a él le diera la gana. Regalaba bienes, propiedades, cargos, se armaban unas peloteras por la provisión de esos cargos; claro, yo sabía que había un origen metafísico en lo del Donadío dedicado al periodismo de corrupción, algo tenía que justificar el origen de la palabra”.

Su celo por la verdad, su espíritu insobornable, su tozudez en la búsqueda de pruebas, su rigor en stricto sensu, su amplia cultura resguardada por una memoria ilímite, su prosa de tonos irónicos e indignados, su generoso magisterio ejercido fuera de la academia, y sobre todo, su ejercicio diario y apasionado desde la región, es lo que ahora le reconocemos. Ello a sabiendas de que este perro guardián de la democracia seguirá ladrando por muchos años más, y no precisamente echado, sino saltando de una investigación a otra, siguiendo pistas o intuiciones, sin esperar mucho a cambio, ni siquiera que rueden cabezas o se abran procesos judiciales, pero sí dejando constancia para la historia como un narrador incómodo y necesario.